Bailando
Sediento. En la esquina del salón todos tratan de bailar Chelsea Dagger, de The Fratellis. Es un festival de piernas saltarinas. Martini corre bajo las faldas de las mesas buscando un terrón de azúcar mal condensado. Eva despliega los brazos con frenético avispón negro en la solapa del saco, yendo y viniendo, buscando la droga del capitán. Eboue es el único bailador, se quita los zancos con ingeniosa habilidad y zapatea sin zapatos, sin cacarear, pero bien. Hay que ver un poco el mundo, muchachos, grita el capitán con el gallardete húmedo en la manga. El capitán remoja su barba blanca en líquidos ignóticos y enseña indiscretamente la daga plateada desde su saco azul marino. Nadie nos baila, Exupery. Hemos frenado este vaivén marino con un palo seco. Presiento bailes sugestivos, Exupery, letras escondidas, mal uso de las chácharas ensordecedoras. Qué pasa, Exupery. Cállate. Tierra, Capitán. Saca aquella daga del escondite y baila un poco.
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