Casio, la chica

Casio es una chica. A muchos les gusta pensar que cuando sonríe está bien y por eso, a menudo, la invitan a fiestas de la ciudad. Y todos le cuentan viajes lejanos a los que ella no aspira por motivos personales.

El mes pasado, Casio tomó la decisión de no ir a más fiestas, depilarse y beber más agua. Quería cambiar su estado, quería estar bien de verdad y dedujo que haciendo esas cosas algo en su rutina cambiaría por completo. Le gustaba probar distintos tipos de marcas de agua y poco a poco su paladar fue agudizándose de tal manera que al besar a su chico se dio cuenta de que él no la quería. Como un pez que, de repente, flota para siempre. Se lo dijo y se puso rojo, pero no pasaba nada. Mejor así, prefería saberlo, y le dijo eso, que no pasaba nada, y siguió queriéndole como el primer día, o incluso más. Pero el día siguiente se tomó una pastilla rosa, dos calmantes y un somnífero; a veces le gustaba pensar que quedaba poco para su muerte. Y no es que fuese una suicida de esas que quieren vengarse de alguien, no..., más bien es que le hacía gracia la idea de dejar de existir; aunque sabía que si un día lo hacía de verdad usaría los cordones de los zapatos tal y como un día le explicó el último Mamut. Y es curioso porque de pequeña prefería la oca al parchís, las canicas a los tirachinas y la plastelina al barro. Buscó su vieja bolsa de canicas por toda la habitación y, cuando la encontró, la escondió en otro sitio. Cambiar los hábitos no es tarea fácil, chupó un mechón de su pelo, miró hacia el teléfono y escribió su nombre en la mesa.

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