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Te encontraría, tal vez, entre esos monigotes vestidos de nada y sería tan normal como la gente que duermen de costado o las que piden un cigarro mientras corren por la calle, por qué no. Bastaba dibujar mi mano sobre ti y agacharnos en el parque para ver como suben las hormigas por tus piernas, y entonces nada. ¿Que haría ahora? Hubiera sido preferible escoger y caminar un momento hasta las ocho y veinticuatro, para ver a la señora con pañuelo en la cabeza y su gato azul, tan azul (poco azul).

¿Por qué no pides un anís y te echas a llorar? Tal vez, es un decir, no jugaste como debiste hacerlo o, tal vez por qué no, quedaste sentada donde la luna te colorea en verdes y blancos, como un campo de fútbol mal decorado y un panteón claro por el pasto, por el pasto. En efecto, por el pasto y algo más. Y yo, tú lo sabes, quería ir y dibujarte un rato; pensar-en-esas-cosas y adivinar la suerte donde la adivinan, y fabricarme una silla donde las fabrican, y todo eso que me contaste cuando un día fui (y ahora no estoy).

Guardado en: Ombliguismo

Comentarios

Anónimo dijo…
dibujame de nuevo

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