El Chavo

“Pi pi pi pi”. La frase más ready made del Chavo luego de que el inefable Don Ramón le haya dado el cocacho número infinito, vista por los adictos televidentes a las cinco de la madrugada en un canal mejicano por cable. A partir de esta escena, se puede afirmar que existe una paternidad irresuelta entre Don Ramón y el Chavo del Ocho. Don Ramón injuria al Chavo después del cocacho: “No te doy otra nomás porque...”. Como si en esos puntos suspensivos que siguen a la imprecación de Don Ramón estuviera la marca tácita de una paternidad no reconocida: “...eres mi hijo”. La segunda incógnita es la ausencia de los padres del Chavo; es como si el Chavo hubiese aparecido de la nada, y terminara siendo un sujeto kafkiano que no tiene ni padre ni patria (recordemos que habita en el departamento #8, pero este lugar termina siendo como el Castillo para Kafka, un lugar ficticio sobre el que todo el mundo habla pero en el que nadie ha estado).

Es cierto, el único individuo que asume el papel del padre es Don Ramón. El Chavo tiene la necesidad de reconocerse en alguien para reafirmarse como sujeto, necesita de alguien para fijar su identidad y, así, construir su realidad. ¿Acaso ese alguien sería el correctito profesor tercermundista al que no le alcanza el sueldito ni para una tacita de café? ¿O el panzón neoliberal que trata al Chavo como si fuera Oliver Twist? No. El único posible es Don Ramón (no se olviden del capítulo en el que el Chavo aprende a boxear y se pone los guantes de Don Ramón). Fíjense, Don Ramón es un looser que no tiene dónde caerse muerto igual que el Chavo. Don Ramón es un bohemio desempleado, filosofa acerca del hambre, siempre con esos sueños irrealizables. Si hay algún poeta en la vecindad, este es Don Ramón. Pregúntense: ¿Qué poeta paga la renta? Ninguno.

Extraído de: La Mujer de mi Vida
Guardado en: Zeta y Otros Postres

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