Ojos de Videotape

Dos, tres, cuatro. Ya, cinco. Bastaba tan sólo aquella cantidad de juegos para coger mi cabeza y largarme de aquel lugar que tanto odiaba. Sí, había sido tan radical y pocamente sutil en mi decisión: 'No volvería más'.

Miraba por sobre los sombreros y notaba una mezcla vertiginosamente azul que salía de sus pensamientos. Sistemáticamente, empecé a rodear el lugar con la mirada y vi un perro con un rayo de relámpago clavado en la frente, parado frente a nosotros. Las estanterías eran como casas de tres pisos que nunca pienso subir; en cambio, las calles, sí las calles, están fuera esperándome como mareas a los botes de pescadores para zambullirlos y desaparecerlos.

Dos, tres. Los juegos iban siendo cada vez menos y yo lanzaba mi sonrisa casi perfecta y mis lentes anónimamente oscuros por sobre las jugadas de los demás, tratando de adivinar la próxima movida. Uno, dos. ¿Que estaba esperando? Había empezado a disfrutar ese juego casi meloso que se pegoteaba a mis dedos, que empezaban a sentir la porosidad cayosa de los diamantes.

Uno, cero. El juego terminó. Cojo mi sombrero y me voy sin despedirme. El perro me mira. Miro los botes, a ver cuál me lleva; tomó el primero y salgo. Salgo de todo eso.

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